"the punctual assassin":ES/EN

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Francisco Laureana, an artisan, was tall, had the physique of an athlete and attacked his victims on Wednesdays and Thursdays at six in the evening.
San Isidro was his hunting ground, also known as "the Satyr of San Isidro," which provides more details and context about his crimes and the impact he had on Argentine society.

Francisco Antonio Laureana: The Nightmare of San Isidro

Francisco Antonio Laureana was born in 1952 in the province of Corrientes, Argentina. As a young boy, he attended a Catholic school in the city of Corrientes, where he was described as a troubled student with violent behavior. His stay at the religious school was marked by a chilling incident: Laureana was accused of raping and murdering a nun on the stairs of the establishment. Unable to face the consequences of her actions, she fled the city.

In 1974, Laureana settled in the city of San Isidro, located in the north of Greater Buenos Aires. There, he made a living as an artisan selling earrings, bracelets and necklaces. Shortly thereafter, he married María Romero, a woman who already had three children from a previous relationship. Although Laureana appeared to be a dedicated husband and father, he hid a dark and sinister side that would soon surface.

Almost like a predator stalking its prey, Laureana began a chilling series of attacks. Her victims were mainly women sunbathing in the chalets or waiting at bus stops. On Wednesdays and Thursdays, around 6 p.m., a woman or girl would disappear, and soon after, their lifeless bodies would be found in vacant lots, showing signs of having been raped and savagely murdered.

Laureana's modus operandi was meticulous and brutal. She would strangle, hang or shoot her victims in cold blood. After each attack, she would take an object as a souvenir and keep it in a boot in her home, creating a macabre collection of trophies. Occasionally, he would return weeks later to the scene of the crime to relive the moment of his atrocity.

With each new crime, terror gripped the San Isidro community. The police and the media began to refer to him as "the San Isidro Satyr," due to the sexual nature of his attacks and the systematic nature of his actions.

The escalation of violence and death was so alarming that renowned forensic expert Osvaldo Raffo and the police forces began to suspect that the murders could be the work of a single individual. A valuable witness, who managed to survive one of the attacks, provided crucial information to develop an identikit of the suspect, which was disseminated throughout the city in the hope of capturing the murderous satyr.

The hunt for the killer was relentless, using various bait, such as disguised policemen and women as decoys, but Laureana always managed to elude them. However, her luck finally changed on February 27, 1975. An eight-year-old girl, seeing him pass by, identified him as the man in the sketch that was in the refrigerator of her house. Alerted by her daughter, the mother pretended to call her husband while Laureana left the place.

The police quickly located Laureana a few blocks from the scene and, during a confrontation, the killer was shot in the shoulder and fled badly wounded. He hid in a chicken coop in the back of a mansion, where he was found thanks to the help of a dog guarding the place. In a tragic and violent end, the Buenos Aires police surrounded him and opened fire, ending the life of Francisco Antonio Laureana.

The news of his death was received with relief and fear by the community. The murderous satyr would no longer stalk its streets, but the terror he sowed in San Isidro left an indelible scar in the collective memory.

The objects and weapons found in Laureana's house confirmed her responsibility in the horrible crimes. The mementos stolen from his victims became irrefutable evidence of his brutality and sadism.

The case of Francisco Antonio Laureana, one of the most prolific serial killers in Argentine history, went relatively unnoticed due to the complex political climate during the government of Isabel Perón. His memory was buried in the past, but his story continues to be remembered as a sinister reminder of the darkness that can inhabit the human mind.

Francisco Antonio Laureana's legacy has been etched in the collective memory of San Isidro and all of Argentina. The emotional scars left by his heinous crimes will not easily fade, and his story is a grim reminder of the importance of confronting and preventing violence and evil in all its forms. Despite the time that has passed, the name of "the Satyr of San Isidro" will remain a shadow on the country's criminal history, reminding us that evil can

Francisco Laureana, artesano, era alto, tenía físico de atleta y atacaba a sus víctimas los miércoles y jueves a las seis de la tarde.
San Isidro era su coto de caza, también conocido como "el Sátiro de San Isidro," que abarque más detalles y contexto sobre sus crímenes y el impacto que tuvo en la sociedad argentina.

Francisco Antonio Laureana: La Pesadilla de San Isidro

Francisco Antonio Laureana nació en 1952 en la provincia de Corrientes, Argentina. De joven, asistió a un colegio católico en la ciudad de Corrientes, donde se le describía como un estudiante problemático y con un comportamiento violento. Su estadía en el colegio religioso se vio marcada por un incidente escalofriante: Laureana fue acusado de violar y asesinar a una monja en las escaleras del establecimiento. Incapaz de enfrentar las consecuencias de sus acciones, huyó de la ciudad.

En 1974, Laureana se estableció en la ciudad de San Isidro, ubicada en el norte del Gran Buenos Aires. Allí, se ganaba la vida como artesano vendiendo aros, pulseras y collares. Poco tiempo después, se casó con María Romero, una mujer que ya tenía tres hijos de una relación anterior. Aunque Laureana aparentaba ser un esposo y padre dedicado, ocultaba un lado oscuro y siniestro que pronto afloraría.

Casi como si fuera un depredador acechando a su presa, Laureana comenzó una escalofriante serie de ataques. Sus víctimas eran principalmente mujeres que tomaban sol en los chalés o esperaban en paradas de colectivo. Los miércoles y jueves, alrededor de las 6 de la tarde, desaparecía una mujer o niña, y poco tiempo después, sus cuerpos sin vida eran encontrados en baldíos, mostrando signos de haber sido violadas y asesinadas salvajemente.

El modus operandi de Laureana era meticuloso y brutal. Estrangulaba, ahorcaba o disparaba a sangre fría a sus víctimas. Después de cada ataque, se llevaba un objeto como recuerdo y lo guardaba en una bota en su casa, creando una macabra colección de trofeos. En ocasiones, volvía semanas después al lugar del crimen para revivir el momento de su atrocidad.

Con cada nuevo crimen, el terror se apoderaba de la comunidad de San Isidro. La policía y los medios de comunicación comenzaron a referirse a él como "el Sátiro de San Isidro", debido a la naturaleza sexual de sus ataques y la naturaleza sistemática de sus acciones.

La escalada de violencia y muerte fue tan alarmante que el reconocido experto forense Osvaldo Raffo y las fuerzas policiales comenzaron a sospechar que los asesinatos podrían ser obra de un solo individuo. Un valioso testigo, quien logró sobrevivir a uno de los ataques, proporcionó información crucial para elaborar un identikit del sospechoso, el cual se difundió por toda la ciudad con la esperanza de capturar al sátiro asesino.

La caza del asesino fue implacable, utilizando diversos anzuelos, como policías disfrazados y mujeres como señuelos, pero Laureana siempre se las ingeniaba para eludirlos. Sin embargo, su suerte finalmente cambió el 27 de febrero de 1975. Una niña de ocho años, al verlo pasar, lo identificó como el hombre del identikit que estaba en la heladera de su casa. Alertada por su hija, la madre simuló llamar a su marido mientras Laureana se retiraba del lugar.

La policía rápidamente localizó a Laureana a pocas cuadras del lugar y, durante un enfrentamiento, el asesino recibió un disparo en el hombro y huyó malherido. Se escondió en un gallinero en los fondos de una mansión, donde fue encontrado gracias a la ayuda de una perra que cuidaba el lugar. En un final trágico y violento, la policía bonaerense lo rodeó y abrió fuego, acabando con la vida de Francisco Antonio Laureana.

La noticia de su muerte fue recibida con alivio y temor por parte de la comunidad. El sátiro asesino ya no acecharía más sus calles, pero el terror que sembró en San Isidro dejó una cicatriz imborrable en la memoria colectiva.

Los objetos y armas encontrados en la casa de Laureana confirmaron su responsabilidad en los horribles crímenes. Los recuerdos robados a sus víctimas se convirtieron en pruebas irrefutables de su brutalidad y sadismo.

El caso de Francisco Antonio Laureana, uno de los asesinos en serie más prolíficos de la historia argentina, pasó relativamente desapercibido debido al complejo clima político que reinaba durante el gobierno de Isabel Perón. Su memoria quedó enterrada en el pasado, pero su historia sigue siendo recordada como un recordatorio siniestro de la oscuridad que puede habitar en la mente humana.

El legado de Francisco Antonio Laureana ha quedado grabado en la memoria colectiva de San Isidro y de toda Argentina. Las cicatrices emocionales dejadas por sus atroces crímenes no se desvanecerán fácilmente, y su historia es un recordatorio sombrío de la importancia de enfrentar y prevenir la violencia y la maldad en todas sus formas. A pesar del tiempo transcurrido, el nombre de "el Sátiro de San Isidro" permanecerá como una sombra en la historia criminal del país, recordándonos que la maldad puede esconderse detrás de cualquier apariencia, esperando el momento adecuado para desatar su furia y sembrar el terror

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