Destrucción sistemática (SUNO)
by Hilaricita on Hilaricita
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Viernes, 29 de agosto, 2025.
Otro fin de semana y también otro final de mes (practicamente)
El tiempo vuela y también lo hace la ciencia, así como las malas intenciones de quienes nos gobiernan.
El descubrimiento de la fisión nuclear abrió una rendija en el tejido de lo posible. Lo que comenzó como una curiosidad matemática, un cálculo sobre la energía encerrada en el núcleo de un átomo, se convirtió en una carrera acelerada por liberar esa fuerza. No hubo pausa, apenas reflexión. Cada paso adelante fue justificado por el miedo al otro, por la necesidad de estar un paso por delante. Laboratorios oscuros, ecuaciones en pizarras llenas de polvo, mentes que desentrañaban los secretos del átomo sin detenerse a preguntar si debían hacerlo.
Se construyeron reactores, se enriqueció uranio, se separó plutonio. Todo con precisión quirúrgica, con una frialdad que contrastaba con la magnitud de lo que se estaba gestando. La primera explosión en el desierto marcó un antes y un después, no por su belleza o su logro técnico, sino porque demostró que el ser humano ahora tenía la capacidad de extinguirse a sí mismo en cuestión de segundos. La luz que iluminó el cielo aquella madrugada no fue un amanecer, fue una advertencia que nadie quiso escuchar.
Luego vinieron las ciudades. Hiroshima. Nagasaki. No hubo victoria en esas explosiones, solo cenizas, silencio y cuerpos que se desvanecieron en el aire. Las mismas mentes que diseñaron la bomba miraron los resultados con una mezcla de horror y resignación. Ya no se podía deshacer. El conocimiento no se borra. Y una vez que algo existe, alguien encontrará una razón para usarlo.
Desde entonces, el mundo ha vivido bajo una sombra que no proyecta forma, pero que está presente en cada decisión política, en cada tensión entre naciones. Miles de ojivas acumuladas, listas, apuntando. No como herramientas de defensa, sino como promesas de aniquilación mutua. La lógica se invirtió: la paz se mide por el miedo a la destrucción total.
Y aún así, se sigue investigando, se perfeccionan los diseños, se miniaturizan las cabezas, se buscan nuevas formas de entrega. Como si el simple hecho de poder hacerlo justificara el hacerlo. La ciencia, que nació del deseo de entender, terminó siendo instrumentalizada para construir el arma definitiva. No hay gloria en eso. Solo una creciente incomodidad, el peso de saber que se cruzó una línea que no se puede volver a trazar.
El poder siempre encuentra formas de justificar la violencia. No con gritos, sino con silencios cuidadosamente diseñados, con lenguaje técnico que nubla, con amenazas abstractas que se repiten hasta convertirse en verdad. Gobiernos que no declaran guerra, pero la preparan en laboratorios, en bases ocultas, en documentos clasificados. Pueblos que no eligen la destrucción, pero son convocados a aceptarla como necesidad, como defensa, como sacrificio por una seguridad que nunca llega. La guerra no se impone con armas primero, se impone con narrativas: el enemigo está más cerca, es más fuerte, piensa como nosotros, por eso debemos ser peores que él.
Y en ese proceso, lo humano se desdibuja. No se habla de ciudades, sino de objetivos. No de niños, sino de daño colateral. La burocracia del exterminio se perfecciona hasta volverse invisible. Una orden firmada en una oficina puede desatar el fin de millones, sin que quien la firma vea jamás el polvo radiactivo flotando sobre lo que antes fue una escuela. La distancia entre la decisión y la consecuencia es el espacio donde se cometen los mayores crímenes, porque allí no hay rostros, solo datos, proyecciones, intereses.
Los desastres naturales no tienen intención, no escogen víctimas, no se regodean. Pero este tipo de destrucción, planificada, racionalizada, mantenida activa como disuasión, revela una profundidad oscura en la especie: la capacidad de imaginar el sufrimiento absoluto y luego construir los medios para ejecutarlo con precisión. Y lo más inquietante no es que existan armas tan poderosas, sino que se las considere útiles, racionales, parte de un orden.
El pueblo rara vez decide. Se le informa después, se le tranquiliza con estadísticas, se le conmina al patriotismo cuando lo que se necesita es resistencia moral. Y cuando las consecuencias llegan, ya no hay vuelta atrás. Solo cenizas, mutaciones, tierras estériles, generaciones que nacen con el miedo en los genes. La guerra nuclear no se gana; se sobrevive, si se tiene suerte. Pero incluso en la supervivencia, el mundo que queda no merece el nombre de mundo.
Lo más triste no es que el ser humano pueda llegar tan lejos en la destrucción, sino que lo haga mientras cree que está protegiendo algo. La verdadera bomba no es la que explota en el aire, sino la idea de que el poder sobre la vida y la muerte colectiva puede ser legítimo. Esa es la explosión que nunca termina.
Como ya casi se acaba el número de caracteres de la caja de información, les dejo con la canción que le pedí a SUNO, esperando que esta publicación les haya servido, no solo como entretenimiento, sino que les haya aportado un poco, una chispa de contenido que genera valor.
"Destrucción sistemática"
[Verso 1]
Un reloj sin manecillas marca la hora exacta,
donde el miedo se enciende y la esperanza se apaga.
No cae del cielo, no truena en el mar,
pero pesa en el aire como un sol que no va a salir.
[Pre-coro]
Guardada en silos bajo tierra y con llave,
no necesita estallar para hacer daño.
Su sombra crece aunque esté dormida,
es la espada que cuelga sin tocar,
pero corta igual.
[Coro]
Y todos saben que existe,
y todos fingen que no.
La paz se negocia con muerte en la mesa,
como si el infierno pudiera mantener el orden.
Es el eco que no termina,
la cicatriz que nunca fue herida.
No hay humo, no hay fuego,
pero el mundo sigue ardiendo en lo oscuro.
[Verso 2]
Un niño dibuja el cielo,
y pone nubes con forma de hongo.
La maestra no corrige,
porque también lo ha soñado.
[Pre-coro]
No hace falta usarla,
solo tenerla.
Es el miedo que gobierna,
el arma que gana sin disparar.
[Coro]
Y todos saben que existe,
y todos fingen que no.
La paz se negocia con muerte en la mesa,
como si el infierno pudiera mantener el orden.
Es el eco que no termina,
la cicatriz que nunca fue herida.
No hay humo, no hay fuego,
pero el mundo sigue ardiendo en lo oscuro.
[Puente]
Y mientras tanto,
el viento sigue cargado de polvo viejo,
los ríos beben secretos que no se nombran,
y en algún lugar,
un botón espera
que alguien olvide
por qué nunca debió existir.
[Outro]
No es tormenta, no es terremoto,
no viene de la tierra, viene de nosotros.
El peor desastre no fue el estallido,
fue el día en que aprendimos
a vivir con la posibilidad.
Y el reloj sigue ahí,
sin manecillas,
pero a un minuto de medianoche.
🎵 🎶 🎶 🎶 🎵 🎼 🎼 ♬ ♫ ♪ ♩
Esta fue una canción y reflexión de viernes.
Gracias por pasarse a leer y escuchar un rato, amigas, amigos, amigues de BlurtMedia.
Que tengan un excelente día y que Dios los bendiga grandemente.
Saludines, camaradas "BlurtMedianenses"!!