Filo del Silencio(SUNO)
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Jueves 4 de septiembre, 2025.
Antes de que existieran las leyes como las conocemos, las personas tenían que valerse por sí mismas. No había policías, ni códigos penales, ni alarmas en las casas. Si alguien te amenazaba, tu cuerpo era tu única herramienta para sobrevivir. Así, desde que el ser humano camina sobre la tierra, ha tenido que aprender a defenderse. No por deporte, ni por moda, sino por necesidad.
Con los siglos, la guerra cambió. Las espadas, las lanzas, los arcos. Pero también cambió la forma de defenderse. La gente común, que no iba a la batalla, seguía necesitando protección. En ciudades medievales, los mercaderes aprendían trucos para deshacerse de ladrones. En Japón, los campesinos sin armas desarrollaron técnicas para enfrentar a samuráis armados, usando el propio impulso del atacante contra él. Era cuestión de inteligencia, de instinto, de leer al otro.
Luego llegó la modernidad. Las armas de fuego cambiaron todo. Pero también llegó la violencia urbana. Y con ella, la necesidad de saber cómo reaccionar cuando alguien te agarra por detrás, cuando te apuntan con un cuchillo, cuando te rodean en un callejón. En el siglo XIX y XX, maestros como Bartitsu en Inglaterra o los pioneros del jujitsu en Estados Unidos comenzaron a sistematizar lo que antes era oral, práctico, casi secreto. Querían que cualquiera, sin importar tamaño o fuerza, pudiera tener una oportunidad.
Hoy, la defensa personal no es solo para soldados o guerreros. Es para la mujer que vuelve tarde del trabajo, para el joven que camina solo por el barrio, para el adulto mayor que quiere sentirse seguro. No se trata de ganar peleas, sino de evitarlas. De saber cuándo correr, cuándo gritar, cómo soltarse de un agarre, cómo usar un bolígrafo, una llave, incluso la voz, como herramienta. Es conocimiento, sí, pero también confianza. Porque muchas veces, el miedo es más peligroso que el atacante.
Y aunque ahora hay cursos, cinturones, uniformes, vídeos en internet, lo esencial sigue siendo lo mismo: cuidar de uno mismo, con cabeza fría y corazón firme. No por odio, no por venganza, sino por respeto a la propia vida.
Hay estilos que nacieron como artes marciales completas, con años de entrenamiento, rituales, formas y filosofías. El jujitsu, por ejemplo, viene de Japón y se basa en usar la fuerza del otro en su contra. No importa si es más fuerte: con una buena caída, un bloqueo o una llave bien aplicada, puedes inmovilizarlo. Es suave en apariencia, pero eficaz. El aikido también juega con eso: redirigir la energía, no enfrentarla. Es como esquivar un tren en lugar de detenerlo de frente. Estos estilos suelen atraer a personas que buscan no solo técnicas, sino también calma, control mental, equilibrio.
Luego están los más directos, los que van al grano. El krav maga, desarrollado en Israel, no se anda con rodeos. Enseña a atacar puntos débiles —ojos, garganta, ingle— sin dudar, porque ahí no se entrena para ganar un combate, sino para sobrevivir a un ataque real. Golpes bajos, mordidas, todo vale. Está pensado para situaciones extremas, donde no hay reglas, donde cada segundo cuenta. Es brutal, sí, pero nació de la urgencia.
También hay estilos que mezclan cosas de aquí y de allá. El kickboxing o el muay thai vienen del boxeo y las artes marciales del sudeste asiático, y entrenan puños, patadas, codos, rodillas. Son duros, físicos, ideales para quien quiere aprender a golpear con potencia y mantener la distancia. Pero no solo es pegar: también es saber moverse, leer al otro, no quedarse paralizado.
Y luego están los enfoques más prácticos, los que no vienen de dojos ni cintas, sino de la calle. La defensa personal civil, como se le llama en muchos lugares, no busca formar campeones, sino personas alertas. Enseña a detectar peligros antes de que ocurran, a caminar con seguridad, a gritar con fuerza, a usar objetos cotidianos como defensa. Un bolso, unas llaves entre los dedos, incluso un paraguas, pueden marcar la diferencia. Aquí no se practican kata ni rutinas largas. Se simulan asaltos, agarres, intentos de secuestro. Es entrenamiento mental tanto como físico.
También hay enfoques específicos. Para mujeres, por ejemplo, hay programas que trabajan con escenarios comunes: alguien que intenta meterse en tu auto, que te sigue, que te agarra por la espalda. Se practica cómo soltarse, cómo crear espacio, cómo escapar. Para personas mayores, el enfoque cambia: más equilibrio, prevención de caídas, técnicas que no dependan de la fuerza bruta. Y para quienes viven en zonas violentas, a veces lo más importante no es pelear, sino saber cuándo no hacerlo, cómo desaparecer, cómo pedir ayuda sin parecer vulnerable.
Lo curioso es que, aunque parezcan distintos, todos estos tipos tienen algo en común: te hacen más consciente de tu cuerpo, de tu entorno, de tus límites. No se trata de volverse invencible, sino de no quedarse paralizado cuando todo da miedo. Porque al final, la mejor defensa no es un golpe perfecto, sino la decisión rápida de actuar, de no rendirse, de cuidarte.
Caminar por la calle puede sentirse como jugar a las adivinanzas. No sabes quién te mira con intención, quién solo quiere algo rápido y fácil, quién está desesperado o quién simplemente disfruta del poder que siente al asustar a otro. Vivimos en tiempos donde la violencia no siempre llega con un arma en la mano, a veces llega con una sonrisa falsa, con una pregunta inocente, con una mano que se acerca demasiado. Y en medio de todo eso, saber defenderse no es un lujo, es una necesidad silenciosa que muchos empiezan a entender demasiado tarde.
Pero también hay una responsabilidad enorme. Porque saber defenderse no significa andar buscando peleas, ni creerse superior, ni usar lo aprendido para herir sin razón. Al contrario. Quien realmente entiende la defensa personal sabe que su mayor victoria es no tener que usarla. Que el verdadero dominio está en la calma, en saber cuándo hablar, cuándo correr, cuándo gritar, cuándo desaparecer. Es un arma que solo se saca cuando no hay otra opción, y aún así, con el mínimo daño necesario.
Además, este conocimiento no es solo para uno. Muchas veces, lo que aprendes te permite ayudar a otros. A un amigo que no sabe cómo reaccionar, a una hermana que camina sola de noche, a un padre que quiere enseñarle a su hijo cómo no dejarse intimidar. Se convierte en un círculo: tú aprendes, tú enseñas, otros se sienten más seguros. Y en un mundo donde el miedo se transmite fácilmente, también la fortaleza puede ser contagiosa.
Lo más importante es que la defensa personal no es solo física. Es mental, emocional. Es saber que, aunque el mundo esté loco, tú puedes mantener el control. Que aunque te tiemble la voz, puedes gritar. Que aunque sientas que el cuerpo no te obedece, puedes moverte. Es recuperar el derecho a decidir sobre tu propio cuerpo, sobre tu espacio, sobre tu vida.
Y en tiempos tan violentos, donde las noticias repiten historias tristes una y otra vez, tener ese conocimiento no te hace invencible, pero te da algo valioso: la posibilidad de elegir. No elegir la violencia, sino elegir no rendirte. Elegir protegerte. Elegir seguir adelante. Y eso, al final, es lo que más importa.
Esta es la canción que le pedí a Suno:
"El Filo del Silencio"
(Verso 1)
Caminaba sin sombra, sin peso en los pies,
como hoja que el viento se lleva al caer.
No sabía que el miedo también deja huella,
que el silencio a veces grita antes de la tormenta.
Aprendí que el miedo no es solo sudor,
es el paso que falla, es el grito sin voz.
Y en cada esquina, un eco me habló:
"Si no te defiendes, ¿quién lo hará por ti, quién?"
(Pre-coro)
Entonces busqué el equilibrio,
no para golpear, sino para estar.
Descubrí que el poder más fuerte
nace cuando dejas de temblar.
(Coro)
Soy el filo del silencio,
el paso que no se ve.
No busco la pelea,
pero no me doblegaré.
Tengo fuego en las manos,
pero el alma en control.
Porque aprender a herir
también es aprender a no.
(Verso 2)
Vi manos que sabían romper,
pero no detenerse a tiempo.
Golpes que nacieron de miedo,
y terminaron en lamento.
La fuerza sin rumbo es una espada ciega,
corta todo: lo justo, lo frágil, lo fiel.
Y el que no domina su ira,
al final, también cae.
(Pre-coro)
Por eso entreno con calma,
aunque el mundo grite más.
No es debilidad el dominio,
es el peso del porqué.
(Coro)
Soy el filo del silencio,
el paso que no se ve.
No busco la pelea,
pero no me doblegaré.
Tengo fuego en las manos,
pero el alma en control.
Porque aprender a herir
también es aprender a no.
(Puente)
Hay quien pelea por orgullo,
hay quien calla por temor.
Yo elijo estar despierto,
ni sumiso, ni destructor.
Porque cada movimiento
lleva nombre, lleva razón.
Y el verdadero poder
es saber cuándo no actuar.
(Outro)
Entonces miro mis manos,
y no veo armas, veo elección.
Un reflejo, un instinto,
una promesa en tensión.
No soy guerrero ni víctima,
solo alguien que aprendió a estar.
Y en el filo del silencio…
decido cómo seguir.
🎵 🎶 🎶 🎶 🎵 🎼 🎼 ♬ ♫ ♪ ♩
Esta fue una canción y reflexión de jueves.
Gracias por pasarse a leer y escuchar un rato, amigas, amigos, amigues de BlurtMedia.
Que tengan un excelente día y que Dios los bendiga grandemente.
Saludines, camaradas "BlurtMedianenses"!!