"Fracturas de la sociedad" (SUNO) (Podcast and Music) (English Subtitules)

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Jueves 21 de agosto, 2025.

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Mira, pues qué bueno que te pases por aquí porque te voy a contar algo que me pasó hace unos años, cuando trabajaba en un hospital en el turno de noche. No es algo que suela compartir mucho, pero creo que encaja con lo que vi en el autobús camino a mi puesto laboral, cuando una vieja, oye bien, una vieja loca toda caliente comenzó a practicar el frotismo en el cuerpo de una chica que iba de pie.

Ya ahora nada debería sorprendernos, les dije a unas abuelitas que se quedaron admiradas con los alcances de esa mujer que más parecía ser parafílica porque tengo entendido que el frotismo sí forma parte de las "filias".

No me desvío mucho y ahora te cuento mi historia.

Yo era enfermera en una unidad de urgencias, un lugar donde el estrés está a tope y todos andamos corriendo de un lado a otro. Había un médico, vamos a llamarlo Juan Camilo, porque no quiero usar su nombre real, pero sí uno que en mi país se usa mucho. Era un llavesita respetado, con experiencia, de esos que todo el mundo elogia por su "eficiencia", pero conmigo, desde el principio, algo no cuadraba.

Al inicio, pensé que era mi imaginación. Yo era nueva en el equipo, joven, y él siempre tenía comentarios que, aunque no eran abiertamente groseros, me hacían sentir incómoda. Por ejemplo, mientras revisábamos historias clínicas, me decía cosas como “tú con esa carita deberías estar en otra cosa, no aquí entre sangre y caos” o “las enfermeras como tú distraen a los pacientes”. Al principio lo tomé como bromas, ¿sabes? Intentaba reírme para no armar un lío, porque en el hospital todos éramos un equipo y no quería ser “la problemática”. Pero las cosas fueron escalando.

Una noche, durante un turno particularmente pesado, estábamos atendiendo a un paciente con un paro cardíaco. Yo estaba coordinando con el equipo, preparando el desfibrilador, moviéndome rápido porque cada segundo cuenta. Carlos, que era el médico a cargo, de repente me suelta delante de todos: “Tranquila, princesa, no te estreses, que esto es cosa de hombres, tú solo pásame las cosas”.

Me quedé helada. No solo me minimizó frente a mis colegas, sino que lo dijo con un tono que no era de broma, era como si quisiera ponerme en mi lugar. Sentí que mi trabajo, mi esfuerzo, todo lo que había estudiado y peleado para estar ahí, no valía nada para él. No me tocó, no hubo un golpe, pero ese comentario, en ese contexto, me hizo sentir pequeña, como si mi presencia en esa sala de urgencias fuera un chiste.

Lo peor vino después. Empecé a notar que él solo me hablaba así cuando había más hombres alrededor, como si necesitara reafirmar algo. En privado, era más “amable”, pero siempre con ese aire condescendiente, como si yo fuera una niña jugando a ser enfermera. Una vez, mientras organizaba el turno, me dijo que debería “aprender a ser más dulce” si quería que los doctores me tomaran en serio. Eso me quemó por dentro. ¿Dulce? Yo estaba ahí salvando vidas, manejando presión arterial, calculando dosis, corriendo de un lado a otro, y él me hablaba como si mi valor dependiera de mi actitud o mi apariencia, no de mi competencia.

¿Por qué lo considero violencia de género? Porque no era solo un comentario aislado. Era un patrón. Carlos no hablaba así a los enfermeros hombres, ni siquiera a los que eran nuevos. A ellos les daba palmadas en la espalda, les explicaba cosas, los incluía en las decisiones. Conmigo y con otras compañeras, era como si nuestro rol estuviera limitado por ser mujeres. Nos trataba como accesorios, no como profesionales.

Esos comentarios, esa actitud, creaban un ambiente donde yo sentía que tenía que probar mi valía el doble, solo por mi género. Y no era solo él; el hecho de que otros en el equipo no dijeran nada, que lo dejaran pasar como “el estilo de Carlos”, también dolía. Me hacía dudar de mí misma, de si realmente pertenecía a ese lugar.

Nunca lo enfrenté directamente, te soy honesta. Me daba miedo que me vieran como la que “exagera” o que afectara mi trabajo. Pero un día, otra enfermera, más veterana, lo puso en su lugar delante de todos, y aunque no cambió del todo, algo en su actitud se moderó. Esa experiencia me marcó, porque me di cuenta de cómo la violencia de género no siempre es un golpe o un grito. A veces es esa presión constante, esas palabras que te hacen sentir menos, que te recuerdan que, por ser mujer, tienes que pelear más duro para que te vean como igual. Y eso, créeme, pesa.

Entonces, definiría la violencia de género como cualquier acto o comportamiento que cause daño físico, psicológico, sexual o económico a una persona, motivado por su género o por roles y expectativas sociales asociados a este. Se manifiesta en acciones como agresiones físicas, abuso verbal, control coercitivo, acoso sexual o discriminación en el acceso a recursos, y puede ocurrir en ámbitos privados, como el hogar, o públicos, como el trabajo o la calle.

En mi experiencia en el ámbito de la salud, he visto cómo estas formas de violencia afectan la salud integral de las víctimas, generando desde lesiones visibles hasta trastornos de ansiedad, depresión o problemas crónicos de salud. Es un fenómeno complejo, influido por dinámicas de poder desiguales en la sociedad, que no respeta fronteras culturales ni económicas y que requiere un abordaje multidisciplinario para su prevención y atención.

Mira, siguiendo con lo que te conté, quiero aclarar algo importante: la violencia de género no siempre pasa entre personas de sexos opuestos. No es solo el típico caso de un hombre humillando o agrediendo a una mujer. Como enfermera, he visto y oído de todo, y la realidad es que las mujeres también pueden ejercer violencia de género contra otras mujeres, y es algo que no se habla tanto, pero existe y es igual de duro.

En el hospital, por ejemplo, he visto a compañeras, enfermeras como yo, tratando de hundir a otras con comentarios crueles o actitudes que te hacen sentir menos. Una vez, en mi primer año, una supervisora, una mujer con muchos años en el puesto, me llamó “inútil” delante de todo el equipo porque me tomó un par de minutos más de lo normal encontrar una vena en un paciente complicado. No era un error grave, pero ella lo dijo con una saña que no usaba con los hombres del equipo.

Era como si quisiera marcar territorio, como si mi presencia, siendo más joven, le molestara. No me tocó, pero sus palabras y la forma en que me miraba me hicieron sentir que no valía nada. Esa humillación, ese intento de ponerme en un lugar inferior, lo sentí como violencia de género porque estaba ligado a esa dinámica de poder, a esa idea de que, como mujer, yo tenía que ser perfecta o callarme.

Y no es solo en el trabajo. Piensa en lo que vemos en las noticias todo el tiempo. En redes sociales, por ejemplo, hay videos que se viralizan de peleas en colegios, donde una chica le pega a otra, a veces en grupo, tirándole del pelo, insultándola con palabras que van directo a su apariencia o su forma de ser. Esas agresiones no son solo peleas de adolescentes; muchas veces están cargadas de comentarios que refuerzan estereotipos de género, como burlarse de cómo se viste la otra, de su cuerpo o de su vida personal. Es violencia que usa el género como arma, aunque venga de otra mujer.

También he leído casos que me han helado la sangre, como en prisiones de mujeres, donde se han reportado abusos sexuales entre reclusas. No es algo que se hagas público a menudo, pero pasa. Una mujer en una posición de poder dentro de la cárcel, o un grupo de ellas, puede aprovecharse de otra más vulnerable, usando la fuerza o la intimidación. Es violencia de género porque se basa en dinámicas de dominación, en controlar a la otra por ser mujer y por lo que eso representa en un entorno donde el poder lo es todo.

Y luego está lo que pasa en oficinas, en trabajos que parecen “civilizados”. Recuerdo un caso que me contaron en el hospital sobre una administrativa que armó toda una estrategia para que despidieran a su compañera. Hizo circular rumores, manipuló correos, habló con los jefes para pintar a la otra como incompetente. ¿El motivo? La compañera era joven, carismática, y estaba destacando demasiado.

Como ya casi se acaba el número de caracteres de la caja de información, les dejo con la canción que le pedí a SUNO, esperando que esta publicación les haya servido, no solo como entretenimiento, sino que les haya aportado un poco, una chispa de contenido que genera valor.

Si quieres, como idea para tus siguientes publicaciones, también nos puedes contar alguna experiencia que hayas vivido en cuanto a la violencia de género, no importa si eres hombre o mujer, tampoco si perteneces a la comunidad LGBT (al infitino) porque como seres humanos todos somos vulnerables y estamos expuestos. Puedes publicarlo en Blurtblog, o también por aquí en Blurtmedia, igual, si me etiquetas, yo estaré leyendo.

Esto no es una dinámica, no tiene fecha tope de publciación, sino que se trata más bien de una invitación a la reflexión, a que levantes la voz con respecto al tema que es tan discutido, pero poco abordado para ser llevado a la acción.

🎵 🎶 🎶 🎶 🎵 🎼 🎼 ♬ ♫ ♪ ♩

Esta fue una canción y reflexión de Jueves, antesala al fin de semana.

Gracias por pasarse a leer y escuchar un rato, amigas, amigos, amigues de BlurtMedia.

Que tengan un excelente día y que Dios los bendiga grandemente.

Saludines, camaradas "BlurtMedianenses"!!

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